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Texto - Soledad Barruti: “En el súper no elegís comida de verdad, sino trucos de magia que hacen con tus sentidos”


Por
Patricio Zunini
15 de Diciembre de 2018

En 2013, Soledad Barruti generaba un revuelo en la industria alimenticia con Malcomidos, su primer libro de investigación. ¿Qué comemos? ¿Por qué? ¿Qué efectos nos provoca? A partir de estas preguntas, la periodista desarrollaba un extenso y riguroso trabajo que ponía la lupa sobre los controvertidos métodos de la producción agropecuaria del país y los conflictos asociados a ella: el abuso de agroquímicos, la explotación desmedida de los recursos naturales, la especulación financiera, el cambio climático, el papel del Estado.

Malcomidos era, en palabras de su autora, "una denuncia, un reto y una invitación" para todos aquellos que intuían estar siendo mal alimentados y que buscaban un rumbo diferente.
Cinco años después, en medio de un contexto en el que no sólo nada parece haber cambiado sino que da la impresión de haberse acentuado, Barruti vuelve a la denuncia, el reto y la invitación con Mala leche: el supermercado como emboscada (Planeta), una nueva investigación que se ocupa del siguiente eslabón de una cadena viciada: la comida ultraprocesada. Productos que, elaborados con harina, azúcar, aditivos, colorantes y perfumes, simulan ser comidas que no son.


El supermercado como un territorio de ficción

Barruti cuenta que el origen de Mala Leche está en las tensiones que tiene toda madre primeriza. Benjamín, así se llama su primer hijo, es casi tan protagonista como ella de Mala leche.

"Volqué las experiencias que habían sido contundentes en mi propia maternidad", dice en diálogo con Grandes Libros, y da un ejemplo: "Darme cuenta de que el juguito de manzana que le mandaba a mi hijo todos los días religiosamente a la escuela no tenía manzana ni era un juguito fue impactante. Me imagino que así debe ser para un montón de personas que se acercan a esta información por primera vez."

La trampa está en no mirar la letra chica de los alimentos: "Cuando empecé a mirar más de cerca, entendí que mis decisiones conscientes estaban atravesadas por un montón de cuestiones que no tenían nada que ver ni con la información ni con la realidad. Me di cuenta de que había tomado no solamente decisiones poco saludables sino bastante tremendas. Había sido manipulada y entré en shock".

Con todas sus ofertas y variedades, el supermercado no es más que una usina del márketing, un juego continuo del como si. "Te parás en las góndolas de bebidas, de galletitas, de congelados y pensás en todo lo que tenés para elegir", dice Barruti, "pero, en realidad, son trucos de magia que hacen con tus sentidos. Eligís un perfume, un color, una idea. No estás eligiendo algo de verdad. Hay gente que llena el changuito con un montón de cosas y parece que son todos alimentos distintos pero, si los separás en ingredientes, se están llevando lo mismo todo el tiempo."

—¿No alcanza con leer la información nutricional, la cantidad de proteínas, grasas y sodio?

—No. Lo que hay que ver son los ingredientes. En el frente del paquete te prometen semillas, una vaca en el campo, lo que quieran. Le ponen un libro nombre y un colorante marrón para que parezca que es integral, pero tenés que ver los ingredientes. La lista siempre está ordenada de mayor a menor según sus cantidades; por lo general vas a encontrar que la primera palabra es azúcar, porque es lo que más abunda en la alimentación. Incluso puede que aparezca de varias maneras distintas.


La teta y la vía láctea

—Por el libro pasan muchísimas marcas, que aparecen nombre y apellido. Son corporaciones que mueven millones de dólares, Mala leche sale por un sello muy grande y vos sos periodista. ¿Te dio miedo un boicot a tu trabajo?

—Me dio temor no poder mostrarlo en muchos lugares, algo que pasó con Malcomidos. Este libro hace denuncias puntuales, pero también invita a una reflexión y yo entrevisto a las personas de la industria. Les doy una voz; voy a buscar qué tienen para decir, que, en muchos casos, entra en discusión con lo que pienso. Me parece que es un trabajo honesto. Es muy importante, en este sentido, el espacio de libertad que permiten hoy en día los libros, que es distinto a lo que ocurre en los medios. Las editoriales no se manejan ni con marcas ni con esponsors. No sé si se animarían a publicar un libro que se meta con la industria editorial, pero con otras industrias sí. Ese espacio de libertad me parece de lo más interesante para que todos exploremos.

—Llama la atención cómo la industria alimentaria tensa tantos factores: la industria farmacéutica, la política, los mercados extranjeros que pueden intervenir las normas de producción locales. Es un choque de tensiones, que, parecería, no tiene solución.

—El problema es sistémico y la solución tiene que ser sistémica. Es un problema que pone en evidencia los conflictos más importantes de esta época. Están todos metidos en la alimentación. Desde el trabajo esclavo, la explotación de mujeres y niños, la desigualdad…

—Hay un testimonio de una mujer que dice "porque soy feminista soy vegana".

—Liliana Felipe, sí. Está en el capítulo de las vacas. Son pulseadas que se están dando. Que el feminismo pueda abordar también la sensibilidad hacia el manejo de los animales, es importante. Cuando empezás a tirar del hilito, hay una relación en cómo creció y se volvió monstruosa la industria láctea en el momento en que las mujeres fuimos corridas del escenario de alimentación de nuestros hijos. Se crea una industria enorme que aparece con Nestlé como la empresa que logra inaugurar una alianza con los médicos y la hace descollar en el mundo. Convencen a los médicos de haber inventado un producto mejor que la lactancia materna y eso crece y, de repente, ya no podemos vivir sin los lácteos, nuestros huesos se van a hacer añicos y las personas lo necesitan desde el primer momento hasta la vejez. Y ahora te metés en un tambo y es un escenario del horror, que refleja lo peor de la raza humana concentrado en una explotación que, se supone, está hecha para dar el primer alimento y el más puro a los seres más vulnerables del mundo.

—En el libro se ve cómo científicos e instituciones avalan ciertos alimentos porque, en realidad, sus investigaciones están financiadas por las empresas que los producen. Se da así un círculo vicioso entre ciencia e industria. Pero ¿y el Estado?

—Quiero aclarar que no es la ciencia sino algunos científicos y nutricionistas. Hay muchos otros académicos, que lamentablemente no tienen acceso al mainstream. El rol del Estado es fundamental. Lo que está faltando es regulación. Regulación a las marcas, acceso a la información genuina, y libertad y recursos para investigar. Necesitamos saber qué es lo que nos hace daño, de qué manera. Estamos ante una nueva generación totalmente afectada por el megaconsumismo, porque, como la maquinaria de la industria cada vez quiere más, los cuerpos —nuestros cuerpos— están estallados.

—¿La resolución 125 de la época de Cristina Kirchner no abrió el debate?

—Lo abrió para peor. Abrió la no posibilidad de debatir. Se volvió a la idea del país rural en el peor de los sentidos. El campo argentino es muy violento para debatir. Conmigo, que soy mujer, es peor. La cantidad de cosas que me han dicho. El debate debería ser desde el tramado de una idea de construcción de país: ¿queremos un país que sea un parking lot para China o queremos que sea productivo y fértil para los argentinos y con soberanía alimentaria? En este momento parece que no estamos queriendo nada.


Los juegos del hambre

—¿La economía podría soportar un cambio en la producción agropecuaria? Siendo una de las bocas de ingreso de divisas más importante del país, ¿cómo podría cambiar?

—Es difícil, pero ahí también hace falta el Estado. Brasil lo hizo volviéndose comprador de  productores familiares que se reincorporaron en el sistema productivo. El Estado da de comer en un montón de ocasiones: en los hospitales, en los comedores escolares, en las cárceles, a sus propios empleados. Si se decidiera a apostar a la producción de alimentos, podría regenerar aunque sea desde esos espacios. Es necesaria una decisión política. No se cambia cambiando el consumo. Estoy en desacuerdo con la moda que se da en Estados Unidos de "Votá con tu tenedor". El impacto se logra desde el terreno político. Hay que poner estos temas en agenda. En otros países de la región están, pero en el nuestro no.

—Imagino que Malcomidos y Mala leche cambiaron tu manera de alimentarte, pero ¿cuánto te cuesta?

—Si empezás a buscar otras alternativas de alimentación, tenés que hacer un cambio total. No alcanza con comprar en otro lugar. Muchas veces es carísimo, porque querés la misma dieta del supermercado pero afuera. En mi casa, la dieta está más basada en plantas y comemos rico y comemos bien. No es ir al mercado orgánico y comprar tres leches de coco carísimas. Es otra cosa más profunda. Tiene que ver con las semillas, con la variedad de plantas, tiene que ver con la diversidad de vida en los territorios. Esta dieta homogénea, industrial, de supermercado pide vidas homogéneas, industriales y de supermercado. Es una tragedia el escenario rural que está construido alrededor de nuestro modelo productivo y nuestro sistema alimentario. Desarmemos eso. Animémonos a ver toda la violencia que tiene.

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Texto - Paulina Cocina, el sentido de su vida


Un día estaba estudiando para su doctorado y decidió filmarse cocinando un pastel. Hoy es reina en YouTube


"Hago recetas y digo boludeces. Al mismo tiempo”. Así se presenta Paulina G. Roca en su biografía de Instagram. Tiene 43 años y su verdadero nombre es Carolina Puga, pero eso es lo que menos importa (ver recuadro). Paulina G. Roca es una de las youtubers de mayor éxito de Argentina: y se construyó de cero, no hubo fama previa, sino un estudio preciso de las métricas y carisma.


“Paulina Cocina es pueblo”, dijo Narda Lepes en las redes hace un par de días para defenderla de una serie de comentarios maliciosos. Lo de “pueblo” tiene que ver con que no es chef ni nutricionista ni tiene ningún título que le legitime sus capacidades culinarias, pero Paulina ha sacado a relucir dos cosas: su humor sencillo y su normalidad culinaria de destaque y sin pretensiones. Con eso ha conquistado a por lo menos unos dos millones de suscriptores en YouTube.


La anécdota del nombre

Muchos piensan que la razón por la que utiliza un nombre ficticio para presentarse en sus redes sociales y en su popular canal de YouTube Paulina Cocina es esconder su verdadera identidad. Pero, como contó la youtuber recién este año para una entrevista con el programa Caja Negra de Filo News, la verdadera razón detrás del pseudónimo que cobró vida propia fue no exponer esas “boludeces” que hacía en YouTube ante su vida más seria como estudiante de un doctorado de sociología. “Cuando vos mandás para que te den una beca, para que te publiquen en una revista indexada y esas cosas, lo primero que hace quien lo recibe es googlear tu nombre. Entonces yo no quería aparecer haciendo pelotudeces en YouTube”. Paulina G. Roca es un anagrama de su verdadero nombre: Carolina Puga.


Lo que Paulina logra así es genuinidad e identificación, eso que en estos tiempos todos buscan en la red. Cualquiera puede imitar lo que Paulina cocina, cualquiera se queda a ver videos de YouTube donde alguien habla como hablarían los amigos, sin pose aparente, con espontaneidad mientras enseña a hacer ñoquis de papa.

Lo que empezó casi que por broma terminó en su propio imperio. Hoy tiene blog, ebooks publicados, una tienda online, marcas asociadas y da cursos que rondan los US$ 30. Entre sus videos más populares están aquellos en los que prepara y planea comidas para toda la semana a los que titula #1000preps (por meal prep en inglés). Paulina es, lo ha dicho, esa chica que siempre soñó con tener un programa de cocina pero no por con ser cocinera y ahora es todo eso; hasta se convirtió en su propia jefa. Y su propia empleada: los nombres que aparecen en “producción” y otros roles en la presentación del blog son el suyo con las letras reordenadas mediante anagramas (su pequeño vicio).

El germen del éxito estuvo en Barcelona donde estudiaba su doctorado de sociología y, a la vez, se “hacía la conductora”. Esos ratos que dedicaba a algo tan terrenal como cocinar, los aprovechaba para escaparse del tema gigante que había elegido para trabajar en el doctorado sobre los migrantes que mueren en el mar europeo.

“Jugaba a ser una niña en su cocinita. Luego, se venció el dominio, olvidé pagarlo, alguien lo compró y abandoné todo, sabiendo que en algún momento lo iba a volver a arrancar. Viví varios años en Barcelona, me casé y, el día antes de volver a la Argentina me compré una cámara nueva, ya pensando en retomar Paulina Cocina”, contó a La Nación.


El pastel de carne

“Algunos de ustedes no habían nacido cuando este video se subió. Era 11 de julio de 2009”, comentó en un vlog de 2019 titulado Reacciono a mi primer video! “La idea del programa era que yo ya era recontra famosa y me comportaba como tal”. Paulina habla de su ropa y su corte de pelo, muestra un elefante de peluche, una caja de tés y un delantal que, en su fantasía, habían enviado fans del programa pero, en realidad, nombraba a sus amigos. “Todo era mentira, menos la receta. Todo”.


“Tenemos papas, algunas; ají morrón, cebolla. Ahora me voy a poner a cortar las papas para hacer un puré y lo voy a hacer rapidísimo”. La receta era pastel de carne. En ese entonces la incipiente youtuber publicaba los videos una vez por semana, pero no miraba ni siquiera las reproducciones que tenía. “Lo hacía para reírme yo primero y después para mis amigos”, comenta en la revisión del video y añade: “Todos mis primeros videos están ahí. No los quiero sacar. Son parte de la historia de Paulina Cocina”.


Cinco o seis años después Paulina buscaba otra cosa y retomó. Dejó de ser un juego y cobró un nivel de seriedad que la tenía horas mirando tutoriales para la edición, leyendo sobre cómo posicionarse en buscadores, investigando toda la teoría para que sus videos fueran un éxito en reproducciones. Hoy en día, con ese éxito alcanzado y marcado en los millones de seguidores, sigue tan atenta a las métricas como siempre.


Le cambió la vida y la apasiona. Desde que empezó se levanta con otra energía y nunca tiene pereza. Pero no deja de ser un trabajo al que tiene que buscarle los mecanismos para que funcione. A La Nación, contó: “La norma nunca es mi propio gusto: mido todo, veo qué quiere la gente. A veces me siento una mercenaria del clic”.


En esa misma entrevista habla del golpe al ego que le resultó medir en las métricas que la gente adelanta los videos (no todos, pero unos cuantos) cuando ella habla. Lo que quieren, dice, es la receta que hace. Por eso también recalca cada vez que tiene oportunidad que no, que no es cocinera, que se come bien en su casa y que cocina cada vez mejor, pero que su mayor presión son seis amigos tomando vino. Eso sí, aunque se declara una nostálgica curada, igual habla que de la cocina de su abuela aprendió el amor a ese momento donde cuerpo y cerebro está a disposición de lo que pasa ahí, entre la mesada y las hornallas.


Antes de ser Paulina Cocina, Carolina creía que quería ser periodista. Empezó estudiando comunicación y no le convenció. Estudió sociología porque en su momento pensaba que la preparaba más para esa profesión. “Entré así, después me copé con la sociología”, contó a Filo News. Esa carrera a la que dedicó años de estudio la ejerció sobre todo en el tiempo que vivió en España, trabajando para una ONG dedicada a infancia y adolescencia.


Barcelona y la nostalgia

“Fui nostálgica mucho tiempo. Se me curó”, contó Paulina Cocina al programa Caja Negra de Filo News. Pero en un video en Youtube admitió que todavía guarda el pasaporte italiano de su abuela. “Si vivís fuera de tu país y sos nostálgico la pasás re mal. Remal. Ojalá no me vuelva nunca porque es un sentimiento espantoso el de la nostalgia, me parece horrible”. Paulina Cocina comenzó en Barcelona, cuando Carolina Puga estudiaba para su doctorado en Sociología. A España se fue porque desde que era niña tenía claro que, al menos por un tiempo, quería estar en otra parte del mundo. Terminaron siendo unos cinco años: los estudios, conoció a su pareja, tuvo a su primer hijo, empezó a trabajar. Un día decidió que no podía envejecer allí y le propuso a su familia para volver a Buenos Aires.



Asimismo, cuando se trató de hablar sobre un tema que para ella era fundamental como la ley de interrupción voluntaria del embarazo en Argentina, lo hizo: “Sentí que debía decir algo y lo dije”. Le pesaron los miles de seguidores que perdió, pero su convicción es más fuerte y la mantiene. Al final, cambió el público y recuperó en números los seguidores que se habían ido.

A veces todo se vuelve un poco más serio, pero Carolina Paulina siempre quiso “hacer boludeces” y lo logró.


A la mesa con otros youtubers

El ser su propia jefa le permite hacer todo aquello que le venga a la cabeza. Un día quiso ser la Mirtha Legrand de YouTube y creó su especial de cinco episodios de La mesa de Paulina. Los invitados fueron otros youtubers que, como ella, conquistan al público rioplatense con sus videos. Para la inauguración de esa mesa que duró unos meses de 2019 estuvo, por ejemplo, el polémico Martín Cirio (Faraona). De allí también surgieron colaboraciones con otros de la comunidad, como otra youtuber culinaria, Caro Trippar, con la que se propusieron hacer juntas una receta que nunca les salió: el cheescake japonés.

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Cuando un grupo de amigos no enrolados en ningún equipo, se reúnen para jugar, tiene lugar una emocionante ceremonia destinada a establecer quiénes integrarán los dos bandos.

Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo o pisada y luego cada uno de ellos elige alternadamente a cada uno de sus compañeros.

Se supone que los más diestros serán elegidos en los primeros turnos, quedando para el final los troncos.