Julia y sus primos iban cada mes a la gran comida familiar en casa de los abuelos, y esperaban con ilusión el momento en que su abuelo les daba unas monedillas “para que se compraran cualquier cosa”. Todos los niños corrían a la tienda a comprar chicles, pipas o gominolas. Como vieron abuelos, tíos y padres, que así los niños nunca aprenderían a manejar el dinero, les propusieron una prueba: en el plazo de un año debían enseñar a todos qué eran capaces de conseguir con aquellas monedillas.